Tomada de http://www.lemiepiante.it/dbimg/mimosa%20pudica2.jpg |
Cuando sos niña hay muchas cosas que te parecen grandes y
mágicas, y aunque crezcas y te des cuenta que no es así, las sensaciones de
esos días no se pueden cambiar.
Por ejemplo, cuando era niña pensaba que la pila con agua
que había en la casa de mi tía Isabel equivalía a una gran piscina. Cruzar de
un lado a otro era todo un reto. Ahora que la veo, me doy cuenta que es tan
chiquita y que la cruzaría en dos pasos, pero nunca voy a perder las imágenes y
las emociones que me causaba cuando nos dejaban bañarnos ahí. Además, como voy
a pensar que es tan chiquita si éramos un montón de chigüines jugando agua en
ese espacio.
Y algo así fue mi gran viaje a Mozonte.
La carretera y el puentecito que cruzamos. Foto de Pablo Sánchez. |
Partimos de Ocotal, yo apenas tendría siete u ocho años cuando
sucedió. No sé cómo nuestras madres se pusieron de acuerdo para llevarnos
caminando hacia un río que queda en ese municipio. Pero fue de lo más tuani que
recuerdo de mi niñez. Y si mal no recuerdo, íbamos mi tía Juana con Ana
Victoria y Pedro Andrés; Mi tía Alicia con José
Alejandro y Leonid; tengo un recuerdo vago de Lester Alonso… pero ya no
recuerdo a alguien más.
Las mamás, nos levantaron muy tempranito, se reunieron en mi
casa con todo el chigüinero – bueno la casa de mi abuelita Inés que era donde
vivíamos- y cada una llevaba comida. Nosotros creo que íbamos vestidas bien
relajaditas con camisetas, shorts, deportivos o chinelitas.
Entrada a Mozonte. Foto de Pablo Sánchez. |
Nos fuimos por el barrio Sandino, que en ese tiempo no era
tan peligroso como ahora, pasando el puente subimos una cuesta que nos lleva a
la escuela Pedro Joaquín Chamorro y luego seguimos nuestro camino hasta salir
de Ocotal y llegar a la carretera. Ya estando en la carretera era bonito ir
jugando a encontrar dormilonas y tocarlas para ver cómo se dormían. Las
dormilonas, por si nunca han visto una, son unas plantitas verdes que crecen
como monte, tienen muchas espinas y cualquier cosa que las toque hace que sus
hojitas se junten y se cierren. Para mi sigue siendo bello encontrarme una
cerca de mi casa y tocarla con travesura para ver qué sucede.
Jugando, jugando llegamos al río que estaba rodeado de
árboles, el clima era bien fresco, el agua clara y fría. Yo era quizá un poco
más baja que ahora y el agua me llegaba hacia la rodilla, eso es más que
suficiente para un montón de chavalos, además supongo que nuestras madres
escogieron un lugar no muy hondo para nuestra seguridad. Ahí comenzamos a correr,
brincar y a jugar que podíamos nadar, chapaleamos agua todo lo que quisimos.
Luego comimos y fuimos felices.
Río de Mozonte. Foto de Cheignacio. |
No me acuerdo cuanto tiempo estuvimos ahí, cuánto tiempo
tardamos en llegar de Ocotal a Mozonte, y creo que regresamos a la casa en bus
porque ya saben, después de un día de esos una debe terminar bien cansada… o
quizá no porque cuando se es niña a una
le sobran energías. Solo sé que fue un gran viaje, un gran día y una gran
aventura que amaría repetir.
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