Esta es una entrada cursi. Hoy es el Día del Padre en Nicaragua, así que yo igual que un montón de gente quiere hablar del suyo.
Mi Papá, como toda persona es un saco de defectos, pero en el rol de Padre, pues tengo mucho que amar.
Mi Papá, como todo papá, también tiene muy arraigado el pensamiento machista, pero para ser mi Papá le ha puesto empeño a tratarnos de la manera más justa posible para él.
Él es un señor gruñón, pero quiero hablar de ese lado bonito, porque entre tanta paternidad irresponsable, inexpresiva y obligatoria, hablar de ese otro lado es para mí una esperanza de que se puede ser un padre diferente.
Aquí les dejo unos ejemplos de las cosas que hacen que yo ame a mi Papá:
Desde que tengo uso de razón, se esfuerza en mostrarme afecto con abrazos, me chinea en sus piernas, me da palabras de ánimo y consejos (que yo detesto escuchar) útiles.
Mi Papá no puede verme enferma porque enseguida me prepara algún remedio casero o no deja de fregarme hasta que vaya al médico... si es posible me acompaña.
Él, no concibe que yo no haya comido, así que siempre procura tenerme un buen plato de comida, pasteles, frutas, fresco... aunque ya ni vivo en la misma casa que él.
Una vez, cuando vivíamos en la misma casa, yo estaba tan cansada por el trabajo que no había podido lavar mi ropa, y cuando llegué él la había lavado todita, todita, todita... i-ma-gi-nen-sé que lavó.
Mi Papá, nunca consideró que era "una ayuda" que cuando yo fuese una bebé, él tuviera que cambiarme pañales, hacer la pacha, darme de comer o lavar ropa. Siempre supo que esa es una responsabilidad de Padre.
Mi Papá siempre estuvo presente, aún cuando tuvo que migrar hacia los Estados Unidos, él siempre nos llamó cada día especial y algunos no tantos. Cuando me dio varicela, pasó hablando conmigo como 20 minutos, solo porque le dije que me sentía sola y aburrida por la cuarentena.
Y bueno, qué más puedo decir, Papá, Pipo, Padre, te amo muchísimo, gracias por darme tanto cariño en estos 30 años de vida.
