Páginas

lunes, 7 de junio de 2010

Los usos de las aceras

Cuando tenía alrededor de 14 años, tiempo en el cual te desprendés de los juegos infantiles, comenzamos a reunirnos junto con mis primas, primos, amigas y amigos del barrio José Santos Rodríguez en la acera de la casa esquinera que estaba frente a la casa de mi abuelita Inés. A las siete de la noche, después de la cena, nos mirábamos ahí para darnos bromas, contarnos chistes o historias de miedo: que la carreta nagua, que bajando para el río te asustan, que pasa una mujer llorando a la media noche, que el fulano está jugado de cegua.

Las carcajadas y los gritos eran comunes todas las noches, hasta que un día se escuchó un gran: ¡Chó, váyanse de aquí! Hicimos silencio durante un momento y luego continuamos como antes. Después de unos días, encontramos que la acera estaba cubierta por aceite negro, así que nos cambiamos de acera. Ahora no recuerdo la secuencia, no sé si la primera acera fue la de don Tino Lagos, la de Aura Elisa o la mi abuelita, pero rodamos por todas.

La acera de la casa de mi abuelita es de ladrillo rojo, pasa la mayor parte del tiempo polvosa y rayada, la verdad que el ladrillo esté seco y gastado a los chavalos no les impide dejar sus mensajes amorosos, eróticos, tiernos o vengativos. Se ha convertido en el medio de expresión por excelencia de los jóvenes reprimidos que estudian en la Escuela Nuclear, la que queda en frente.

Más o menos a esa edad también pensé: Las aceras no son de los dueños de las casas, son de la gente. Luego me cuestioné que de ser así las alcaldías debían preocuparse por ellas y no el ocupante de la casa, tendrían la misma anchura, el mismo diseño y las encontraría a lo largo y ancho de mi pueblo, según las reglas de urbanismo. Pero no. Quien quiera tener aceras deberá hacerlas y eso le da derecho a disponer de ellas, quien ocupe las aceras deberá cuidar la propia y la ajena, a fin de tenerla siempre para dar bromas, contarnos chistes o esperar la Carreta Nagua después de la fiesta.

No hay comentarios: