Páginas

lunes, 25 de abril de 2016

Recuerdo de una caminata a Mozonte

Tomada de http://www.lemiepiante.it/dbimg/mimosa%20pudica2.jpg

Cuando sos niña hay muchas cosas que te parecen grandes y mágicas, y aunque crezcas y te des cuenta que no es así, las sensaciones de esos días no se pueden cambiar.

Por ejemplo, cuando era niña pensaba que la pila con agua que había en la casa de mi tía Isabel equivalía a una gran piscina. Cruzar de un lado a otro era todo un reto. Ahora que la veo, me doy cuenta que es tan chiquita y que la cruzaría en dos pasos, pero nunca voy a perder las imágenes y las emociones que me causaba cuando nos dejaban bañarnos ahí. Además, como voy a pensar que es tan chiquita si éramos un montón de chigüines jugando agua en ese espacio.

Y algo así fue mi gran viaje a Mozonte.

La carretera y el puentecito que cruzamos. Foto de Pablo Sánchez.
Partimos de Ocotal, yo apenas tendría siete u ocho años cuando sucedió. No sé cómo nuestras madres se pusieron de acuerdo para llevarnos caminando hacia un río que queda en ese municipio. Pero fue de lo más tuani que recuerdo de mi niñez. Y si mal no recuerdo, íbamos mi tía Juana con Ana Victoria y Pedro Andrés; Mi tía Alicia con José Alejandro y Leonid; tengo un recuerdo vago de Lester Alonso… pero ya no recuerdo a alguien más.

Las mamás, nos levantaron muy tempranito, se reunieron en mi casa con todo el chigüinero – bueno la casa de mi abuelita Inés que era donde vivíamos- y cada una llevaba comida. Nosotros creo que íbamos vestidas bien relajaditas con camisetas, shorts, deportivos o chinelitas.

Entrada a Mozonte. Foto de Pablo Sánchez. 
Nos fuimos por el barrio Sandino, que en ese tiempo no era tan peligroso como ahora, pasando el puente subimos una cuesta que nos lleva a la escuela Pedro Joaquín Chamorro y luego seguimos nuestro camino hasta salir de Ocotal y llegar a la carretera. Ya estando en la carretera era bonito ir jugando a encontrar dormilonas y tocarlas para ver cómo se dormían. Las dormilonas, por si nunca han visto una, son unas plantitas verdes que crecen como monte, tienen muchas espinas y cualquier cosa que las toque hace que sus hojitas se junten y se cierren. Para mi sigue siendo bello encontrarme una cerca de mi casa y tocarla con travesura para ver qué sucede.


Jugando, jugando llegamos al río que estaba rodeado de árboles, el clima era bien fresco, el agua clara y fría. Yo era quizá un poco más baja que ahora y el agua me llegaba hacia la rodilla, eso es más que suficiente para un montón de chavalos, además supongo que nuestras madres escogieron un lugar no muy hondo para nuestra seguridad. Ahí comenzamos a correr, brincar y a jugar que podíamos nadar, chapaleamos agua todo lo que quisimos. Luego comimos y fuimos felices.

Río de Mozonte. Foto de Cheignacio.

No me acuerdo cuanto tiempo estuvimos ahí, cuánto tiempo tardamos en llegar de Ocotal a Mozonte, y creo que regresamos a la casa en bus porque ya saben, después de un día de esos una debe terminar bien cansada… o quizá no  porque cuando se es niña a una le sobran energías. Solo sé que fue un gran viaje, un gran día y una gran aventura que amaría repetir.

Espero no olvidar este día, y no me refiero a describir el hecho, pero no quiero olvidar las pocas imágenes y sensaciones que guardo en mi memoria. Y si uno de ustedes, primos, primas, amigos, amigas, tías o mamá se acuerda de ese día con más detalles, aquí abajo del blog está la posibilidad de dejar comentarios y seguir escribiendo esta historia.

lunes, 4 de abril de 2016

Los chistes sobre refugiados son inaceptables

Dibujo realizado por una niña refugiada. Título: "Familia Refugiada". Foto AP
El otro día venía en la ruta escuchando Radio Maranatha, eran como las siete de la mañana, el bus bajaba la cuesta de plomo, dos locutoras se tiraban carcajadas con una tanda de chistes sin gracias.

A decir verdad siempre he pensado en las radios cristianas como una tanda de prédicas de por qué me voy a quemar en el marmol del infierno y por eso ni me imaginaba que la radio, era la radio, ya saben pues, una y sus limitaciones de imaginación.

Tomada de Internet


Entonces aparece un chiste que me molestó profundamente y me sorprendió. El chiste decía algo así, no tan literal porque no me acuerdo bien, pero en esencia era esto:

Va el papá con el niño a tirarse al mar y el niño le dice
- Papá, papá yo no quiero ir a vivir a Europa
El papá le da un galletazo y le dice
-Apurate chavalo que si no nadás nos vamos a ahogar
Acto seguido: carcajadas.

Otra vez mi mente limitada asocia: radio cristiana+ yisus lover = no me río de la desgracia ajena. PERO NO!

No saben lo que me dio ese día, y no sé porque le he dado vueltas para vomitar mi enojo hasta hoy. Los chistes sobre las personas refugiadas son inadmisibles para mí, y no es falta de buen humor, pero las personas refugiadas están pasando momentos muy malos, me parece que hacer chistes de refugiados nos deshumaniza poco a poco. Lejos de contribuir a la comprensión de su situación la vamos banalizando.

Tomada de Internet

Se imaginan, con la cantidad de niñas y niños que se han desplazado desde sus hogares porque no son seguros, la cantidad de niñas y niños que en estos momentos carecen alimentos, abrigo, y que se han separado de sus mascotas, sus amistades, su profesoras, su vida entera quedó atrás... viene una radio y se tira un chiste de esos. Y con todo el esfuerzo que madres y padres ponen para hacer esta travesía, aparte de la angustia de llegar a tu meta manteniendo la vida de tus hijos a salvo.

A propósito de la muerte de Aylan Kurdi, el niñito que apareció muerto por sumersión en una costa, leí en Internet esta frase:

"Ningún padre manda a su hijo al mar, a menos que la tierra no sea segura"

Entonces, yo les digo, locutoras de Radio Maranatha y a otros comediantes de Nicaragua, piésenla bien antes de hacer chistes baratos que contribuyan a banalizar la situación de otras personas. Busquemos mejores maneras de entretener. No perdamos el foco, estamos lejos de ese conflicto que es difícil de resolver, pero al menos un poco de empatía no nos hará daño.

Aquí les comparto les comaparto la historia de Malak, una niña de 7 años. No sé, véanlo y luego pregúntense si vale la pena reírse de eso.